lunes, 11 de febrero de 2013

Táctica y estrategia

Siempre había visto el amor como un juego, una partida de ajedrez en la que ciertos movimientos resultaban más efectivos que otros a la hora de conseguir a esa persona. La inteligencia y la habilidad entremezcladas con los sentimientos eran los factores determinantes.

El hecho de precipitarse entre un movimiento y otro en lugar de esperar durante un tiempo, también perfectamente calculado, daba como resultado situaciones bien diferentes. Absolutamente nada podía ser casualidad.

Hoy sé que me equivoqué. Intenté racionalizar lo irracional, atribuí porcentajes erróneos a esos tres factores y, por si fuera poco, se me olvidó uno fundamental, ese que puede cambiar el curso de tu vida en tan sólo un segundo: la suerte.

La ejecución de la partida puede ser perfecta, puedes incluso atribuirte la victoria. Y cuando piensas que todo va sobre ruedas, sucede algo que te puede hacer olvidar en qué terreno combatías y qué armas poseías para sobrevivir en él.

Otra vez estás en vilo, simplemente a la espera de poder entender por qué. Mas ahora, hay una diferencia con esa partida que antes jugabas, ahora estás completamente sola ante el peligro.


Bon voyage!