Y le rozó los labios en medio de ese
instante mágico. Ya no había excusas, no había palabras, no había
absolutamente nada. Estaba al borde de ese abismo, de ese vacío, que
sólo ella era capaz de llenar por completo.
Siempre había tenido miedo a saltar, a
separar sus pies del suelo y dejarse llevar por la gravedad.
Pero ya
era tarde, su sensibilidad la había atrapado por completo de una
forma incontrolable y las leyes que desde siempre habían gobernado
su existencia ahora eran recurridas por esa anarquía que le hacía
rozar la locura.
Estaba completamente perdida. Perdida
entre las líneas de sus manos, entre cada rincón de su esencia, de
ésa que sólo ella le dejaba entrever cuando sus ojos tornaban a un
color miel con la luz del alba.
Ya era una adicción. Ya no se escondía
entre las sombras de sus resplandores, ni se atrincheraba en cada una
de sus huellas esperando a que pasara el huracán de su presencia.
Por primera vez, quería volar.
Bon voyage!