Como la culpabilidad mirándote a los
ojos,
como los sueños estrellándose contra
el suelo,
como el poeta que ha perdido su musa,
así te encontré en aquella estación.
Y me mirabas sin verme,
con tus pupilas sin dueño,
vacías de luz,
y tus manos rotas.
Mientras yo,
deteniendo ese instante,
engulléndote con mi mirada,
apagaba todos los relojes.
Esa tarde se borraron mis recuerdos,
tu imagen ya había arrasado con todo,
con cada insignificancia que cubría mi
mente,
con mi pasado y mi futuro.
Y a partir de entonces,
me convertí en un autómata
que respiraba por inercia
y andaba sin rumbo en busca de tu
sonrisa.
Llenar tu mirada,
y soldar tus manos a las mías
para arreglarlas -para arreglarte-
se convirtió en mi único objetivo.
Desde aquel momento,
recorro cada esquina
para dibujar tus curvas,
para recordarme que entra aire a través
de mis pulmones.
Porque desde que nuestros trenes se
cruzaron,
duermo en cada andén de esa estación
sin vida.
Bon voyage!
Lindo poema. Muy bonito.
ResponderEliminarJavier C.
Muchas gracias Javier C.
ResponderEliminarPásate cuando quieras ;)